Les cabe bajo el brazo el equipaje para su larga y dura travesía.
La fuerza sacará que no tenía
el músculo. Más nervio, y más coraje.
Y el alma, que sin alma, este viaje no lo soporta nadie, nadie iría en la ciega galera de una umbría remando con los pies en oleaje
de un mar urbano con brillo de cera, obediente a una voz seguiriyera
y a un golpe de martillo que motiva,
si al levantar el paso no pensara
-rebosante la fe, la entrega clara-
que es Cristo o es su Madre quien va arriba.
Porque tú, muchacha, has de saberlo. Has de saber que...
Anda por sus pies el Cristo y anda por ellos María. que andar sin ellos sería ir de gracia desprovisto. Por eso, Señor, te insisto: hazles de santas maderas, un cielo donde Tú fueras capataz que iguale nombres. Un cielo para esos hombres, ¡Pero con trabajaderas!
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